miércoles, 10 de abril de 2019

David Cenizo: DOLOR Y GLORIA



Primera película que visiono del director español por antonomasia, de fama mundial y merecida. Convencido de encontrarme un producto de calidad, me encaminé relajado al cine, teniendo en mente lo que posiblemente sería una especia de disección biográfica del cineasta. Y, al parecer, muy desencaminado no iba, pues es una película dirigida para un público coetáneo al propio Almodóvar, alguien que haya vivido lo suficiente como para sentirse identificado con el relato. El inconveniente de la edad no ha impedido que alguien como nosotros, a las puertas de los ansiados 18, simpaticemos con los personajes.

Salvador, director de cine, encuentra su vida completamente parada y sin emoción, después de dejar de trabajar por sus sucesivos problemas sanitarios. Tras atravesar unos años muy dificultosos en su vida, se le presenta una excusa para contactar con un actor, antiguo amigo. A partir de este evento, las casualidades se suceden: reencuentra a su amor perdido hace tanto tiempo, aunque solo fuera unos instantes; recorre los últimos años de vida con su madre y se refleja su recuerdo en un papel manchado de cemento. Todo ello le hace encontrar una nueva perspectiva, vista a través de intercalados flashbacks de su infancia, que, además, dotan de profundidad al personaje de Banderas, progresivamente creando puentes entre lo presente y lo pasado, guiándonos a través de su propia catarsis.

Demasiado acostumbrado a la forma de hacer cine más americano, antítesis del estilo europeo, el ritmo marcado entre ambas corrientes está separado por un abismo creativo insondable; pasar de contar la historia de un personaje a un personaje al que le ocurren historias. En Dolor y gloria, la trama escapa de estar hilada premeditadamente a moldearse al personaje: contarnos poco a poco lo que le ocurre, sin prisas: eventos casi fortuitos, que, en contraste con lo precocinado de Hollywood, casi podrías experimentar en el mundo más allá de la pantalla. También técnicamente superior, el manchego nos regala planos muy hermosos, donde la composición cromática juega un importante papel, destacando la predilección por el rojo que se le atribuye; transiciones muy bien conseguidas y unos títulos iniciales que son ya de por sí una obra maestra del diseño.

El filme nos habla de la estrecha vinculación entre el artista y su experiencia, de cómo los dolores y vivencias se pueden plasmar en un papel; pero también de la vida, todo aquello que la dota de sentido, que al mirar atrás vemos en el camino recorrido. Puede que Almodóvar se retrate en su obra, pero también nos retrata a todos en el proceso. Las pequeñas cosas, placeres, disgustos, aquello que nos hace sentir vivos; enterrado por los años, pero capaz de evocarse en cualquier momento. Esas personas que conocimos y que casi olvidamos, cuyo recuerdo aflorará cuando menos te lo esperas, y te trasportará a otra época, a otro mundo. Y da igual quién seas, qué edad tengas, todos estamos estrechamente ligados al paso del tiempo.

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