miércoles, 23 de mayo de 2018

Y POR LA TARDE, SESIÓN CONTINUA CON LOS DE 1º

 Jardines de Sorolla en el Patio Herreriano

Iglesia de San Miguel. Una lección sobre religiosidad católica en el Valladolid de la Edad Moderna.

Especialmente sobre las reliquias... que continuó en clase desmenuzando el Diálogo de las cosas acaecidas en Roma (1527) de Alfonso de Valdés:

"ARCEDIANO.-   Luego, ¿no querríais vos que hubiese estas iglesias que hay ni que tuviesen ornamentos?
LACTANCIO.-   ¿Cómo no? Antes digo que son necesarios. Pero no querría que se hiciese por vana gloria; no querría que por honrar una iglesia de piedra dejemos de honrar la Iglesia de Dios, que es nuestra ánima; no querría que por componer un altar dejásemos de socorrer un pobre, y que por componer retablos o imágenes muertas dejemos desnudos los pobres, que son imágenes vivas de Jesucristo. 
(...)
LACTANCIO.-   Decís muy gran verdad; mas mirad que no sin causa Dios ha permitido esto por los engaños que se hacen con estas reliquias por sacar dinero de los simples, porque hallaréis muchas reliquias que os las mostrarán en dos o tres lugares. Si vais a Dura, en Alemania, os mostrarán la cabeza de Santa Ana, madre de Nuestra Señora, y lo mismo os mostrarán en León de Francia. Claro está que lo uno o lo otro es mentira, si no quieren decir que Nuestra Señora tuvo dos madres o Santa Ana dos cabezas. Y siendo mentira, ¿no es gran mal que quieran engañar la gente y tener en veneración un cuerpo muerto que quizá es de algún ahorcado? Veamos: ¿cuál tendríais por mayor inconveniente: que no se hallase el cuerpo de Santa Ana o que por él os hiciesen venerar el cuerpo de alguna mujer de por ahí?
LACTANCIO.-   Pues de esta manera hallaréis infinitas reliquias por el mundo y se perdería muy poco en que no las hubiese. Pluguiese a Dios que en ello se pusiese remedio. El prepucio de Nuestro Señor yo lo he visto en Roma y en Burgos, y también en Nuestra Señora de Anversia; y la cabeza de San Juan Bautista, en Roma y en Amians de Francia. Pues apóstoles, si los quisiésemos contar, aunque no fueron sino doce y el uno no se halla y el otro está en las Indias, más hallaremos de veinticuatro en diversos lugares del mundo. Los clavos de la cruz escribe Eusebio que fueron tres, y el uno echó Santa Helena, madre del emperador Constantino, en el mar Adriático para amansar la tempestad, y el otro hizo fundir en almete para su hijo, y del otro hizo un freno para su caballo; y ahora hay uno en Roma, otro en Milán, y otro en Colonia, y otro en París, y otro en León y otros infinitos. Pues de palo de la cruz dígoos de verdad que si todo lo que dicen que hay de ella en la cristiandad se juntase, bastaría para cargar una carreta. Dientes que mudaba Nuestro Señor cuando era niño pasan de quinientos los que hoy se muestran solamente en Francia. Pues leche de Nuestra Señora, cabellos de la Madalena, muelas de San Cristóbal, no tienen cuento. Y allende de la incertinidad que en esto hay, es una vergüenza muy grande ver lo que en algunas partes dan a entender a la gente. El otro día, en un monasterio muy antiguo me mostraron la tabla de las reliquias que tenían, y vi entre otras cosas que decía: «Un pedazo del torrente de Cedrón». Pregunté si era del agua o de las piedras de aquel arroyo lo que tenían; dijéronme que no me burlase de sus reliquias. Había otro capítulo que decía: «De la tierra donde apareció el ángel a los pastores». Y no les osé preguntar qué entendían por aquello. Si os quisiese decir otras cosas más ridículas e impías que suelen decir que tienen, como del ala del ángel San Gabriel, como de la penitencia de la Madalena, huelgo de la mula y del buey, de la sombra del bordón del señor Santiago, de las plumas del Espíritu Santo, del jubón de la Trinidad y otras infinitas cosas a estas semejantes, sería para haceros morir de risa. Solamente os diré que pocos días ha que en una iglesia colegial me mostraron una costilla de San Salvador. Si hubo otro Salvador, sino Jesucristo, y si él dejó acá alguna costilla o no, véanlo ellos.
ARCEDIANO.-   Eso, como decís, a la verdad, más es de reír que no de llorar.



LACTANCIO.-   Tenéis razón. Pero vengo a las otras cosas que siendo inciertas, y aunque sean ciertas, son tropiezos para hacer al hombre idolatrar. Y hácennoslas tener en tanta veneración que aun en Aquisgrano hay no sé qué calzas viejas que dice que fueron de San José; no las muestran sino de cinco en cinco años y va infinita gente a verlas por una cosa divina. Y de estas cosas hacemos tanto caso y las tenemos en tanta veneración, que si en una misma iglesia están de una parte los zapatos de San Cristóbal en una custodia de oro, y de otra el santo Sacramento, a cuya comparación todas cuantas reliquias son menos que nada, antes se va la gente a hacer oración delante de los zapatos que no ante el Sacramento; y siendo ésta muy grande impiedad, no solamente no lo reprenden los que lo deberían reprender, pero admítenlo de buena gana por el provecho que sacan con muy finas granjerías que tienen inventadas para ello. Veamos: ¿cuál tendríais por mayor inconveniente, que no hubiese reliquias en el mundo o que se engañase así la gente con ellas?
ARCEDIANO.-   De esa manera, ¿no querríais vos que se hiciese honra a las reliquias de los santos?
LACTANCIO.-   Sí querría, por cierto; mas esta veneración querría que fuese con discreción y que se hiciese a aquellas que se tuviesen por muy averiguadas, como por la Iglesia está ordenado, y entonces querría que se pusiesen en lugar muy honrado, y que no se mostrasen al pueblo, sino que le diesen a entender cómo es todo nada en comparación del santísimo Sacramento que cada día ven y pueden recibir si quieren; y de esta manera aprendería la gente a amar a Dios y a poner en él toda la confianza de su salvación.
ARCEDIANO.-   Y las reliquias dudosas, ¿qué querríais hacer de ellas?
LACTANCIO.-   También esas querría yo poner en un honesto lugar sin dar a entender que allí hubiese reliquias.
ARCEDIANO.-   Y las verdaderas, ¿no querríais que estuviesen en sus custodias de plata o de oro?
LACTANCIO.-   No, por cierto.
El que quiere honrar un santo, debería trabajar de seguir sus santas virtudes, y ahora, en lugar de esto, corremos toros en su día, allende de otras liviandades que se hacen, y decimos que tenemos por devoción de matar cuatro toros el día de San Bartolomé, y si no se los matamos, hemos miedo que nos apedreará las viñas. ¿Qué mayor gentilidad queréis que esta? ¿Qué se me da más tener por devoción matar cuatro toros el día de San Bartolomé que de sacrificar cuatro toros a San Bartolomé? No me parece mal que el vulgo se recree con correr toros, pero paréceme que es pernicioso que en ello piense hacer servicio a Dios o a sus santos, porque, a la verdad, de matar toros a sacrificar toros yo no sé que haya diferencia. ¿Queréis ver otra semejante gentilidad, no menos clara que esta? Mirad cómo hemos repartido entre nuestros santos los oficios que tenían los dioses de los gentiles. En lugar de dios Marte, han sucedido Santiago y San Jorge; en lugar de Neptuno, San Telmo; en lugar de Baco, San Martín; en lugar de Eolo, Santa Bárbara; en lugar de Venus, la Madalena. El cargo de Esculapio hemos repartido entre muchos: San Cosme y San Damián tienen cargo de las enfermedades comunes; San Roque y San Sebastián, de la pestilencia; Santa Lucía, de los ojos; Santa Apolonia, de los dientes; Santa Águeda, de las tetas; y por otra parte, San Antonio y San Eloy, de las bestias; San Simón y Judas, de los falsos testimonios; San Blas, de los que estornudan. No sé yo de qué sirven estas invenciones y este repartir de oficios, sino para que del todo parezcamos gentiles y quitemos a Jesucristo el amor que en él solo deberíamos tener, vezándonos a pedir a otros lo que a la verdad él solo nos puede dar. Y de aquí viene que piensan otros porque rezan un montón de salmos o manadas de rosarios, otros porque traen un hábito de la Merced, otros porque no comen carne los miércoles, otros porque se visten de azul o naranjado, que ya no les falta nada para ser muy buenos cristianos, teniendo por otra parte su envidia y su rencor y su avaricia y su ambición y otros vicios semejantes tan enteros, como si nunca oyesen decir qué cosa es ser cristiano."

Fuente: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/dialogo-de-las-cosas-acaecidas-en-roma--0/html/fede2498-82b1-11df-acc7-002185ce6064.html


Y concluir con la reflexión de Eduardo Cuadrado sobre la inmigración

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.