Primera película que visiono
del director español por antonomasia, de fama mundial y merecida. Convencido de
encontrarme un producto de calidad, me encaminé relajado al cine, teniendo en
mente lo que posiblemente sería una especia de disección biográfica del
cineasta. Y, al parecer, muy desencaminado no iba, pues es una película dirigida
para un público coetáneo al propio Almodóvar, alguien que haya vivido lo
suficiente como para sentirse identificado con el relato. El inconveniente de la
edad no ha impedido que alguien como nosotros, a las puertas de los ansiados 18,
simpaticemos con los personajes.
Salvador, director de cine, encuentra
su vida completamente parada y sin emoción, después de dejar de trabajar por
sus sucesivos problemas sanitarios. Tras atravesar unos años muy dificultosos
en su vida, se le presenta una excusa para contactar con un actor, antiguo amigo.
A partir de este evento, las casualidades se suceden: reencuentra a su amor
perdido hace tanto tiempo, aunque solo fuera unos instantes; recorre los últimos
años de vida con su madre y se refleja su recuerdo en un papel manchado de
cemento. Todo ello le hace encontrar una nueva perspectiva, vista a través de
intercalados flashbacks de su infancia, que, además, dotan de profundidad al
personaje de Banderas, progresivamente creando puentes entre lo presente y lo
pasado, guiándonos a través de su propia catarsis.
Demasiado acostumbrado a la
forma de hacer cine más americano, antítesis del estilo europeo, el ritmo
marcado entre ambas corrientes está separado por un abismo creativo insondable;
pasar de contar la historia de un personaje a un personaje al que le ocurren
historias. En Dolor y gloria, la
trama escapa de estar hilada premeditadamente a moldearse al personaje:
contarnos poco a poco lo que le ocurre, sin prisas: eventos casi fortuitos, que,
en contraste con lo precocinado de Hollywood, casi podrías experimentar en el
mundo más allá de la pantalla. También técnicamente superior, el manchego nos
regala planos muy hermosos, donde la composición cromática juega un importante
papel, destacando la predilección por el rojo que se le atribuye; transiciones muy
bien conseguidas y unos títulos iniciales que son ya de por sí una obra maestra
del diseño.
El filme nos habla de la
estrecha vinculación entre el artista y su experiencia, de cómo los dolores y
vivencias se pueden plasmar en un papel; pero también de la vida, todo aquello
que la dota de sentido, que al mirar atrás vemos en el camino recorrido. Puede
que Almodóvar se retrate en su obra, pero también nos retrata a todos en el
proceso. Las pequeñas cosas, placeres, disgustos, aquello que nos hace sentir
vivos; enterrado por los años, pero capaz de evocarse en cualquier momento.
Esas personas que conocimos y que casi olvidamos, cuyo recuerdo aflorará cuando
menos te lo esperas, y te trasportará a otra época, a otro mundo. Y da igual
quién seas, qué edad tengas, todos estamos estrechamente ligados al paso del
tiempo.
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